La ausencia de fuentes fiables que nos permitan conocer nuestros orígenes, nos
ubica en algún rincón de lo insondable y lo misterioso o, cuando menos, de lo
desconocido que acostumbra a ir de la mano de lo recóndito y lo profundo, lo
que, tal vez, nos dibuja una aureola de importancia. La escasez de
documentación descuelga un velo de posibilidades que permite suponer aquello
que, por mor de escritos que algunos autores han aceptado situándolos en el
altar de los oráculos, parece más posible de una realidad que se resiste y se
niega, se disimula y se vela en una suerte de irónico juego del destino.
Es Bernabé Moreno de Vargas quien
da luz, en apenas cuarenta líneas, sobre Puebla de la Calzada, en su obra Historia de Mérida, del año 1633, que se ocupa, entre otras cuestiones, de repasar la historia “de las villas del Montijo, Puebla de la Calçada y Lobon que fueron de la jurisdicción de Mérida” [sic] como él mismo intitula el capítulo VI del Libro Quinto.
Hijo de Alonso Moreno de Alba,
familiar del Santo Oficio, que tras una singladura por América en donde, se
dice, descubrió una mina de oro, volvió a Mérida para casar con Dª Maria Pérez
de Vargas y Osma y asentarse como Regidor Perpetuo del Ayuntamiento, Bartolomé
Moreno de Vargas nació en Mérida alrededor de 1576. Estudió Leyes, obteniendo
el grado de licenciado en 1598 y en 1604, y hasta 1615, fija su residencia en
Montijo de la que dice, “perdoseme el
averme detenido tanto en esta villa porque la tengo por patria, por averme
casado en ella…” con María Barrena
y Gragera con quien tuvo nueve hijos y que morirá en junio de 1631, “…y vivido algunos años, en los quales por elección del
Concejo fui quatro años Alcalde Ordinario, dos, de la Hermandad y cinco, Diputado,
todo por el estado de los hijosdalgo”[sic]
Después de situar geográficamente
a Puebla de la Calzada “medio quarto
de legua del Montijo y entre y uno pueblo ay muchas huertas y el sitio de ambos
es muy llano y agradable” de sus orígenes dice que “fundase ará poco mas de 200 años, reduciéndose allí algunas Caserías…” Y es aquí en donde después de haberla
mencionado algunas páginas atrás y asegurado que “es la Puebla”, donde
directamente afirma “… y el lugar llamado Aldea del
Rubio, que estaba junto a la Ermita de Santiago, frontero de Lobon; allí lo
señala la mojonera antigua de Merida y sus rastros y ruinas permanece oy” Y continúa diciendo que “por haber sido hecha de diferentes pueblos se le puso el nombre de
Puebla y el sobrenombre de Calçada lo tomó del sitio adonde se fundó pues pasa
por allí la calçada que va de Mérida a Lisboa”`[sic]
¡Hecha de diferentes pueblos! No
aventura a mencionar ninguno o, tal vez, no hace otra cosa que transcribir lo
que pudo oír decir durante su vida en Montijo, de la que hacía más de quince
años que faltaba. De igual forma que en 1798 hace Juan Ramos de Solís que toma
al emeritense como referencia, y recomienda “la historia que de la ciudad de
Mérida y los pueblos de su partido escribió…” cuando menciona que “en lo antiguo había dos o tres pueblos pequeños…”. El párroco cita Casas del Rubio, lo
que nos sumerge en las profundidades de la posibilidad y el desconocimiento, al
citar como lugares diferentes lo que parece ser aquel asentamiento frontero de
Lobón, por Moreno de Vargas. Y cita también a Rubio que parece estuvo alejado del territorio de
la Orden.
De la existencia de Aldea del
Rubio, da fe un escrito de 1276 cuando Alfonso X, estable los limites de un
lugar llamado Zarazo o Carazo
“como
parte el termino de la Aldea del Carazo por medio con el Aldea del Rubio
fincando el Aldea del Carazo a Badajoz” Más allá, de que esta Aldea del Carazo,
posiblemente, se ubicara en lo que hoy conocemos como Aldea del Conde, por esta
información podemos colegir que en aquellas repoblaciones del último cuarto del
siglo XIII, no parece que Zarazo o Carazo fueran asentimientos que despoblara
la Orden de Santiago para establecer a sus habitantes en lugares existentes o
de nueva creación como Puebla de la Calzada.
Porque Aldea del Carazo era término de Badajoz, en donde la Orden no tenía
jurisdicción y, en principio, no podía ejercer el derecho de repoblamiento ni
despoblamiento. Sancho IV obliga a la Orden, en 1284, a devolver a Badajoz “Guadaxira
y el Zarazo o Carazo” territorios de los que se había apropiado.
Las
conquistas, las razias, el interés de los poderosos y las privaciones y
penurias, también debieron tener su protagonismo en el mapa inacabado de
nuestros orígenes y hasta mas principal que aquel con el que el maquillaje de
lo posible y la fantasía, matiza la verdad que no termina de conocerse del
todo. Y, acaso, sea más simple y más sencilla de la que queramos o podamos
imaginar.
Acaso, todo obedeció a un intento
lógico de hacer más productiva la zona, dotando a los pocos habitantes de un
asentamiento desgastado, objeto de disputas y vaivenes, de otras vías de
desarrollo y mejor lugar para desarrollarlo; acaso, aquellos que malvivían y
sobrevivían en muchos de los lugares y parajes de los alrededores, solitarios y
desatendidos, no tuvieron otra cosa que hacer, que emprender camino y llegar
hasta aquellas nuevas casas que se levantaban entre el ocaso de un siglo y el
alba de otro; acaso, pueda ser cierto que, como escribió Ramos de Solís, la
razón fuera que aquellos dos o tres pueblos pequeños estaban “mui próximos a las orillas del Guadiana en cuyas avenidas
padecían muchas extorsiones por lo qual dispusieron sus moradores abandonarlos
y fabricar en este terreno por alejarse del río y por ser colección de muchos
pueblos…”[sic] Acaso, la
verdad está más cerca de lo que la mente de los que escribimos es capaz, por
imaginativa, de creer; acaso, la verdad sea todo a la vez; que los veinte o treinta primeros vecinos que
se ubicaron en Puebla de la Calzada, vinieran no solo de tres, sino de varios más
asentamientos – entre los que bien podían estar Zarazo, Aldea del Carazo, Rubio
y Fresno si llegaron a estar poblados en aquellas fechas – en los que la vida había
dejado de ser difícil para convertirse en insufrible, insoportable e imposible.
Acaso, nuestros orígenes permanezcan en lo
desconocido para siempre porque acaso así lo quieren para que no deje de
mantenerse ese quizás al que no se le termina de dar la luz completa, ese pulso
al cielo, obligado y necesario, para que no olvidemos jamás nuestras raíces,
aunque lleguemos en algún momento a conocerlas.
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