28 de abril de 2020


                                 PUEBLA DE LA CALZADA Y LAS EPIDEMIAS
      Habremos de reconocer, por la más simple y lógica de las razones, que después de 45 días viviendo, o sufriendo, el estado de alarma y su principal consecuencia social, el confinamiento, la situación ya se deja caer con el peso intangible del cansancio, de la desesperanza y el desasosiego, y que comienza a hacerse difícil llevarlo, aunque no hay más que sobrellevarlo de la mejor manera posible y el mejor ánimo que podamos encontrar en el fondo más fondo de nuestra capacidad de adaptación a las circunstancias. Y en estas circunstancias, a algunos nos da por seguir la linde y buscar y rebuscar para que el tiempo, aunque siga corriendo igual de lento o de rápido según se mire, sea más agradable, más suave, mejor.
       En estos momentos, poco me importa entender la diferencia, o la similitud que las define, las une o las separa, si la hay, hubiera o hubiese, entre epidemia y pandemia, porque las dos, o una y dual, atentan contra el ser humano, en el único capital del que deberíamos presumir, la vida con salud, principal parapeto para el fin último. Porque, en este afán, por Decreto Ley, de permanencia entre las cuatro paredes de nuestro más particular universo, me ha dado por saltar sobre el rio de la historia y pensar en ocasiones parecidas, cuya herida han suturado el tiempo, las formas y los fondos, haciendo desaparecer la cicatriz que dejaron por encima del conocimiento, los medios y los resultados.
       Tres, con sus brotes, rebrotes y derivaciones, son hasta ahora las epidemias – la Peste, el Cólera y la Gripe (mal e injustamente llamada) Española – que a lo largo de la Historia, asomaron el “hocico” para descargar la furia de su naturaleza sobre el ser humano y sus circunstancias, ostentando el dudoso y trágico “honor” de ser las “más contagiosas”, “más mortíferas” y “más devastadoras”, y que después de cobrarse, según los expertos, aproximadamente 300 millones de vidas, cambiaron costumbres, formas, fondos y contribuyeron a su manera, al desarrollo en la investigación para encontrar lo que pudiera hacerles frente y terminar con ellas y las venideras.
         El cólera, como enfermedad, fue descrito por Hipócrates entre los siglos V y IV antes de nuestra era, y por Galeno, medico griego del siglo II, pero será en el siglo XVI cuando se hable de dos brotes en la India. Brotes que se repetirán en el tiempo, hasta terminar extendiéndose a otras zonas, países y continente, llegando a contabilizarse por los expertos la existencia de seis pandemias de cólera en apenas un siglo de historia.
        Parece que la primera se declaró en 1817 en la zona india de Calcuta, que paulatinamente fue extendiéndose a Birmania, Filipinas, China y Oriente Medio. No pasaría mucho tiempo para la llegada de la segunda (1.829) que llegó a Rusia, Austria, zonas de Alemania, Inglaterra, Irlanda, Francia, Bélgica, Noruega, Portugal, además de Canadá, Estados Unidos, y tal vez algunas zonas de América Latina, y naturalmente, España. Será en agosto de 1833, en el puerto de Vigo, con réplicas en parte de la Andalucía Occidental, en donde demostró una virulencia inusual y desde donde se extendió hasta alcanzar Madrid, Ávila, Cuenca, y finalmente Cáceres. A pesar del supuesto progreso y desarrollo, se dice que en Madrid se dieron algunos casos de linchamiento de frailes, acusados de ser envenenadores de las aguas, desarrollándose una casi “caza de brujas” con multitud de denuncias de personas “sospechosas” de contaminar el agua. España vivía en aquel momento – ¡y cuando no! – una complicada y delicada situación política, con la causa sucesoria rondando bolsillos y conciencias, y la Primera Guerra Carlista calentando motores.
      La propagación de la enfermedad – lejana, y desconocidos su origen y su tratamiento – motivó la necesidad de dictar medidas sanitarias, como las adoptadas en sesión de 13 de mayo de 1832 por el Ayuntamiento de Puebla de la Calzada “con el fin de poner en ejecución las medidas sanitarias que requiere el estado de las enfermedades que se experimentan, habiendo concurrido D. Melchor Álvarez, médico titular de la misma, hizo varias proposiciones para evitar aquellos males…
      Entre otras medidas, se recomienda que los animales “de cerda” se reúnan en un Corral suficiente que estaría situado “al Norte, en los Cascajales del Ejido Ansarero, para que a manada del común sea colocada a la dormida.” El costo de la construcción del corral “será satisfecho a prorrata de cabezas por los mismos dueños”, y se obligó a los vecinos que tuvieran animales en sus casas, a incorporarlos “en la manada del común para evitar los perjuicios de consideración que en otro caso deben seguirse a la salud pública…” Aquellas medidas hablaban también de limpiar las aguas residuales. Con el tiempo se formaron cordones sanitarios y se crearon lazaretos para el aislamiento.
       En 1.852, por el recrudecimiento de algunos brotes locales y aislados, propagados posiblemente por un importante movimiento migratorio entre pueblos y ciudades, se produjo la tercera epidemia de cólera morbo, nuevamente en India, desde donde se extendió a regiones limítrofes y cercanas, al tiempo que se desarrollaba la enfermedad en Europa, desde donde pasó al continente americano.    
      La guerra de Crimea, “en vigor”, fuera el que fuera el detonante y fueran quienes fueron los países participantes, fue un buen vehículo de transmisión para llevarla a países cercanos, y seguir propagándose hasta, como era de esperar, recalar en España allá por el año de 1.854, extendiéndose con rapidez especialmente por zonas del interior.
      Sabemos, casi con exactitud, cuando hizo “escala” en Puebla de la Calzada, aquella tercera epidemia, si hemos de creer a los documentos escritos por encima de suposiciones y comentarios. El 20 de agosto de 1.854, estaba “llamando a la puerta”, lo que motivó que en sesión del día 20 se celebrara sesión ordinaria por “la necesidad de adoptar medidas de precaución para evitar que la enfermedad del cólera morbo que se padece en la ciudad de Almendralejo se transmita a esta villa…
     Hubo también un “comité de técnicos” ya que “concurrieron los facultativos de Medicina, Cirugía y Farmacia, existentes en este pueblo y en su consecuencia, oído el dictamen de estos, que lo son, don Indalecio Mesa, don Antonio García, don José Romero y don Francisco Yerto, se lleven a efecto las siguientes disposiciones…
         Se recomendó la ventilación de las casas, el aseo de las calles, el cuidado en la compra de carnes en puestos públicos, y se prohibió “el cebo de cerdos dentro de la población y su circunferencia.” Se dispuso que “todo los transeúntes procedentes de puntos infectados por dicha enfermedad, sean detenidos y observados por espacio de tres días, fijando de lazareto la Casa del Conde de Torrefresno… 
     Pero lo mejor de todo, ¡ay, que no aprendemos!, se intentó prevenir antes que curar. Se formó una comisión de siete hombres “con carácter de consultiva y auxiliar de esta Corporación en caso de necesidad”, para “inspeccionar las casas del pueblo, para ver si sus habitantes cumplen con las medidas de higiene adoptadas…” Y, además, se propuso abrir una suscripción “para socorrer las primeras necesidades en caso de que por desgracia se experimenten en este pueblo los rigores de la epidemia, se abra una suscripción…
        En aquellos días, se aisló en el lazareto a las familias de don Felipe Martínez y don Pablo Parrillas (¿?), vecinos de Almendralejo durante siete días.  Y como se había dispuesto que serían tres los días de aislamiento, pidieron autorización para entrar en Puebla de la Calzada, lo que se le autoriza previo reconocimiento médico. Pero aquel 28 de agosto, se dispuso la más absoluta cuarentena, porque “de hoy en adelante no se dé entrada en la población a ningún familiar procedente de los puntos contagiados sin que antes haya sufrido cuarenta días de lazareto, transcurridos los cuales y practicándose antes reconocimiento médico, no se les ponga impedimento alguno en la entrada…
       No tardaron en llegar las medidas más severas, porque parece que Puebla de la Calzada se convirtió en destino prioritario de quienes huían de la enfermedad, lo que comenzó a provocar una situación más que preocupante. De forma que el 3 de septiembre y ante la petición repetida de otras familias de ser acogidas en el pueblo, el Ayuntamiento hubo de disponer que:
-         Considerando que de la aglomeración de muchas familias pueden arrogarse males que afecten a la salud pública, mediante a que este pueblo es de escasa extensión y sus casas no ofrecen las mayores comodidades, acuerda que en lo sucesivo no se permita la entrada en la población a ninguna persona, cualquiera que sea su procedencia por más de veinticuatro horas, pasadas las cuales las desalojarán sin excusas ni pretextos de ninguna clase.
        Además, parece que se estableció una “guardia vecinal” que ocupó a casi todos, de tal forma que causó la falta de atención necesaria de las labores propias, hasta que en sesión de veintiséis de septiembre se acuerda que “no se moleste al vecindario con multiplicar la guardia como preventivo para librar de la enfermedad del cólera morbo asiático”, y apelan al “cumplimiento de sus deberes legales” en lo relativo a las medidas higiénicas, “porque no basta la incomunicación para evitar la invasión… porque la enfermedad se transmite por la libre comunicación y por el contacto…
        Pero el peligro seguía llamando a las puertas y nadie iba a venir a solucionar los problemas propios de sus vecinos. Y se decidió tomar la medida más restrictiva, pero medida que nos trae a la realidad más cercana y contemporánea. El 26 de septiembre, la Corporación, “considerando que se acerca la estación más urgente para el labrador, y que para la sementera se necesitan brazos que hoy se hallan ocupados en las guardias colocadas a las entradas del pueblo, conciliando la necesidad agrícola con la conservación de la salud pública…”, acordaron:
-     Que se cierren con tapias hasta la altura necesaria todas las entradas de esta villa que sean menos frecuentadas, para que las guardias se reduzcan al menor número posible y los agricultores no sufran el menor perjuicio… dos alarifes designarán el número de carros de tierra que se necesiten, y se requerirá a los labradores para que concurran con los suyos a los diferentes puntos…
-    En el caso de que algún vecino admita en su casa a algún forastero, dé cuenta en el preciso término de dos horas y faltando a este deber, se le exigirá la multa de ciento a quinientos reales.
        El 1 de octubre, se reconocía en sesión ordinaria, “estar amenazados y próximos a sufrir los estragos de la enfermedad reinante…” y por ello se adoptaron medidas para poder hacerle frente de la mejor manera posible, en función de los escasos y reducidos recursos que se tenían. Por ello, se dice en aquella sesión, “convendría, por si llega este desgraciado caso, dividir el pueblo en dos distritos, con el objeto que los dos médicos, atienda cada cual el suyo, y los pobres, logren por este medio una asistencia eficaz como requiere la enfermedad.” El primero de aquellos distritos, comprendía las calles, Badajoz, Albaicín, Puente, Plaza, Angosta, Carrera, Iglesia y Corral, y el segundo, las de, Calzada, Puerto, Plazuela, Silos, Nueva, Concepción y Derecha.
         Como quiera que fuera, y si seguimos creyendo en la documentación escrita, Puebla de la Calzada siguió resistiendo la llegada del cólera, aunque conocemos la muerte – ¿caso aislado? –de una niña de 7 años, J. C. G., el día 5 de noviembre de 1854, “del cólera morbo asiático, según certificación del médico, don…
       En sesión de 17 de junio de 1855, “la Junta Municipal de Sanidad necesita recursos para atender a las primeras necesidades en caso de que la población fuera invadida por el Cólera morbo, cuyos funestos resultados experimenta actualmente la próxima del Montijo…El día 18 se estudió la posibilidad detraer otro facultativo médico.
         Pero si el 17 de junio no se reconocía el contagio, que posiblemente no existiera, o si – ¿hubo más muertes en aquel periodo de tiempo, además de la de aquella niña de 7 años? – será entre el 24 de junio y el 22 de julio cuando se reconocerá el contagio, como recoge el acta de sesiones de los días 24 de junio, 1, 8, 15 y 22 de julio, refundidas como una sola, en la que se dice:
-        En los días que se mencionan no hubo sesión porque los individuos de Ayuntamiento, con las atenciones preferentes de la enfermedad del cólera morbo que ha invadido a esta villa, y las particulares propias de la urgente estación, no han concurrido a las Casas Consistoriales.
         Y el 2 de septiembre cuando tras declarar la contratación de un nuevo médico, se reconocerá que el contrato no había sido “elevado a instrumento público, porque la invasión del cólera morbo, que por desgracia se ha sufrido, no lo había permitido.
         No existen muchos más datos escritos al respecto y no sabemos el número de fallecidos (habría que consultar la causa de los fallecimientos habidos en 1854, 1855 y 1856) ni el volumen de la incidencia del contagio en Puebla de la Calzada, pero no parece que fuera demasiado importante. A título de ejemplo, además de aquella niña, J.C.G., conocemos por el Libro de Visitas de la Orden, que don Francisco Casimiro Carrasco, “Presbítero Capellán Colativo y Sacristán de esta Parroquia, falleció de Cólera Morbo, el 3 de julio de 1.855.”
        Porque si lo fue, como algunas voces sugieren, con la información de febrero de 1856 sobre actividades llevadas a cabo en septiembre de 1855, no se demostró demasiada cordura, lo que personalmente, y a falta de mejor testimonio, quiero resistirme a creer, sin olvidar que 7 meses más tarde de que el médico certificara una muerte víctima del cólera, se hablaba de “en caso de que la población fuera invadida…”, lo que no deja de provocar una duda razonable. Y por ello, estoy convencido, también a falta de mejor testimonio, que la epidemia, que en general afectó principalmente a las clases más bajas, en Puebla de la Calzada no fue demasiado agresiva y constante en el tiempo. ¡Claro, que la cepa hispana, es mucha cepa!
         En sesión extraordinaria de 9 de febrero de 1856, “se hizo presente por el Sr. Presidente que en vista de los favorables resultados que en el año anterior (1.855) tuvo la feria que por vía de ensayo y con la competente autorización, se celebró en los primeros días de septiembre por haberse suspendido la de Mérida a consecuencia de la calamitosa enfermedad, convendría el establecimiento de la misma feria…
         Es de imaginar que, dadas las circunstancias, la feria fuera “de aquella manera”, pero no deja de llamar la atención cualquier tipo de celebración que se hiciera en tiempo de, suponemos, enfermedad. Si se suspendió la de Mérida “por la calamitosa enfermedad”, demos un voto de confianza a nuestros antepasados, y creamos que la enfermedad, en esta orilla del Guadiana, había seguido camino y se había olvidado de nosotros.
        
                                                                                      Juan Monzú
                                                                       Cronista Oficial de Puebla de la Calzada.