Elogios, censura y otras cosas
Será
el otoño que acaba de abrirnos las puertas. O la caída de la hoja que provoca
nostalgia, intimidad y hasta serenidad recostada en su manto de ocres. Pero
ahora que unos se alejan y otros se alegran de esa distancia, ahora que tengo
tiempo y no quiero ser su prisionero, ahora, he decidido volver a bucear en la
historia, sin pretensiones y desde la más leal y particular de las intenciones.
Buscar en los archivos que tenía olvidados, porque me había dado por dedicarme
a otros menesteres que creí importantes, pero ¡cá!, que no lo son. Bueno, sí lo
son; pero no lo parecen, y ya se sabe que además de serlo, hay que parecerlo.
Buscar,
recorrer de nuevo los pequeños momentos que burbujean por los entresijos de
cada día del ayer, pespunteando el renovado caminar que les tocó vivir a
hombres y mujeres. Eso que, tanto me gusta a mí y tan poco, a otros. Pequeñas
cosas, sin demasiada importancia, casi etéreas, que callejean ajenas a la pedantería
de dictadores y libertarios de cartón piedra, lejos de los lascivos devaneos de
la política, y atemperando el alma castigada de los inocentes que son los que,
a aquellos, menos importan.
Para
empezar, me he detenido en uno de los muchos periodos oscuros que las
veleidades y caprichos de reyes, militares y políticos de aquí y de allí,
dibujaron en el horizonte patrio, para cobrarse las demoras, los intereses y
las amortizaciones, en la piel de los vecinos de a pie que, en definitiva,
fueron, eran, son y serán los verdaderos paganos de la truhanería de quienes
dicen ser consecuentes con ellos mismos, con el país y con los ciudadanos. ¡Y
además se lo creen!
He mirado, sin
meterme en berenjenales políticos, ni sus causas ni sus razones, algunos
archivos que nos cuentan cosas de nuestro pueblo, en aquel tiempo que fue desde
el 13 de septiembre de 1923 hasta el 28 de enero de 1930. Porque son muchas las vivencias, disposiciones,
curiosidades y anécdotas que el silencio del ayer guarda en los garabatos, a
veces casi ilegibles, que reposan sobre el papel sucio y húmedo del tiempo.
Hoy, unas; otro día, otras. Que haberlas, hailas, profusas y con enjundia.
En noviembre de 1923 y “por
denuncias por infracciones al acuerdo de la Junta Local de Reformas Sociales
sobre horas de apertura y cierre fijados a los establecimientos y tiendas de
venta en la localidad, por primera vez llama su atención…”
se informa al gremio del comercio “para la venta de
artículos y géneros de primera necesidad y de consumo público”
el horario que tienen autorizado y que se había publicado previamente para "tiendas de ultramarinos y comestibles."
“Para el ramo de
tejidos, desde 1º de abril al 30 de septiembre, excepto los domingos, de 6 y1/2
a 12 y ½ de la mañana y de 4 de la tarde a 8 de la noche. En los demás meses
del año de 7 y ½ hasta la una y desde las 3 de la tarde hasta las 7 de la
noche.”
Para el ramo de coloniales, el horario
establecido en aquella disposición era “en
la primera época de 6 a 12 de la mañana y de 4 a 9 de la tarde. Los
establecimientos de ultramarinos y comestibles al por menor, podrán abrir los
domingos de 6 a 11 de la mañana en todo tiempo para la venta de artículos o
especies a que les autorice su respectiva matrícula.”
Pero,
como se reconoce en el escrito, alguno o algunos, y de una u otra forma,
hicieron de su capa un sayo y comenzaron a saltarse los horarios, muy propio de
la cepa hispana, y obligaran a los dependientes a trabajar más horas de las debidas
y suponemos que sin remuneración.
Porque el 22 de junio de 1925 se presentó nueva
denuncia por algunos “dependientes de
comercio de esta localidad.” Aunque la
acción, la reacción y poner remedio a la situación, no parece que fuera la
consecuencia y antes bien, no se hizo ningún caso a lo solicitado, porque el
27 de septiembre, aquellos hombres insisten ante la falta de medidas y la
reiteración del asunto.
“Sr.
Presidente de la Junta local de Reformas Sociales: Los que suscriben,
dependientes de comercio de esta localidad, a V., con el debido respeto
exponen:
Que
con fecha 22 de junio obra en esa Alcaldía de su digna presidencia, una
denuncia sobre infracción de la jornada mercantil y descanso dominical. Y no
estando de acuerdo tolerar por más tiempo los abusos cometidos por parte de los
Sres. Jefes, llamamos la atención por segunda vez, para que en breve plazo
proceda en justicia con arreglo a la ley de la jornada mercantil, y descanso
dominical.”
Cinco firmas, perfectamente legibles, rubrican
aquella reclamación de la que ignoramos el resultado, aunque posiblemente no
sería difícil imaginarlo.
No es muy conocido, incluso diría yo que
es completamente ignorado, el acuerdo tomado en sesión de enero de 1.925 por el
Ayuntamiento de Puebla de la Calzada, en consonancia con la iniciativa que
tomara el de Madrid el 31 de diciembre anterior, que entre otras
determinaciones incluía un homenaje a los Reyes, a celebrar en la capital, que
mediante circular remitió a todo el país y con la que “invita
a todos los Ayuntamientos a que imiten dicho acuerdo.”
De forma que siguiendo aquella recomendación
del Ayuntamiento de la Villa y Corte, y “previa
discusión suficiente del particular, por unanimidad, el pleno del Ayuntamiento
acordó:
1º.- Nombrar a S.S.M.M. los Reyes D. Alfonso
XIII y Dª Victoria Eugenia, alcalde y alcaldesa honorarios del Ayuntamiento de
esta villa, que se acreditará por copia certificada de presente.
2º.- Que el alcalde acompañado de dos Sres.
Concejales, concurra personalmente a Madrid el día 23 del corriente a hacer
entrega del precitado nombramiento y manifestar la adhesión de este pueblo a
sus Reyes.”
Si
aquella queja de los dependientes de comercio de 1925, encontró solución, no
debió ser demasiado firme porque parece que se hizo caso omiso de las
disposiciones y las advertencias, si las hubo, de las recomendaciones, si se
produjeron, y de los consejos, que quien sabe si tal vez alguien impartió
seráficamente. En junio de 1928, vuelve a quejarse un grupo de dependientes de
comercio ante el Ayuntamiento, y entre los firmantes figuraba uno de los que ya
se quejaron tres años atrás.
“Se viene observando
con bastante disgusto, no se cumple por parte de los Jefes de Comercio el
horario que determina la ley, así como infracciones en el descanso dominical”,
decía aquel escrito.
Pero en un régimen como el que imperaba en la época, no podía faltar la censura. Un vicio ejercido desde que el mundo es
mundo, ya porque así eran las cosas y los tiempos, ya porque a alguien le
parecía que así debían ser las cosas, aunque no fueran los tiempos. Un vicio muy
ibérico que, más allá de teorías, discursos y suposiciones, de cuando en cuando
y por error de conceptos o porque sí (y aunque no lo parezca) asoma la cara,
sale a escena y hace mutis por el foro como si no fuera con ella. Y lo hace de
la mano, cuando no, de los contrarios (que son los que suenan), de la de los
demócratas de salón, que libertad sí, pero según y cómo.
En
abril de 1924, se recibió en el Ayuntamiento un oficio de fecha 27, que copiaba
un telegrama del Gobernador Civil de turno, de fecha 26, que instruía que:
“El Excmo. Sr.
Gobernador Civil de esta Provincia, me dice lo siguiente: Según telegrama
subsecretario Gobernación, queda suspendida fiesta trabajo 1º de mayo, cuya
orden tramitarán Alcaldes respectivos Ayuntamientos. Lo que traslado a V., para
su más exacto cumplimiento, dándome cuenta inmediata de su recibo.”
El 14 de noviembre de 1925 y hemos de imaginar
que con una excusa que alguno convirtió en problema, como suele suceder, por su
condición de víctimas de su propio miedo que es lo natural en aquellos que más
gustan prohibir, se mandó oficio a todos los Ayuntamientos desde la Delegación
Gubernativa que decía:
“Según
me comunica la Superioridad, hay
noticias de que en varios pueblos de esta provincia circulan libros injuriando
a S.M. el Rey (q.D.g.) y al Excmo. Sr. Presidente del Directorio Militar,
proceda con verdadero interés haciendo toda clase de averiguaciones para
intervenir todos los ejemplares, que me enviará, y también nota de los
poseedores cuyos nombres pondrá asimismo en conocimiento de esta Delegación.
Espero de su reconocido Patriotismo y celo en
cuantos asuntos se le encomiendan, desarrolle toda la actividad posible, aunque
con la debida reserva, para obtener resultados positivos…”
Pero
la cadencia diaria no puede perder el paso de la cotidianeidad ni detenerse y, por
encima de elogios y censuras, debe conservar el traqueteo monótono, lento y
pesado de la burocracia, la locomotora que la mueve y que ha de avanzar
alimentada con sus recursos, escasas riquezas y, con el endémico interés que la
adorna las más de las veces.
En junio de 1925, el Ayuntamiento es requerido
a cumplir orden “si es posible a
vuelta de correo” por la que debe “hacerse
constar todos los vehículos de tracción animal que existen en la localidad y su
término, sea cualquiera la clase y uso a que se destina”.
Hoy sabemos que a mayo 1925 el “parque” de tracción animal para viajeros era: “6
vehículos de dos ruedas” y “de
cuatro ruedas, hasta cuatro viajeros, 26”.
Los vehículos para carga eran todos de dos ruedas, y se repartían en “45,
tirados por 1 caballería mayor, 136 tirados por 2 caballerías mayores y 47,
tiradas por 3 caballerías mayores.”
El
quieto movimiento de las cosas, siguió empujando lentamente la más cruenta de
las verdades, que esperaba, velada en una apuesta que se perdió de antemano, a
la vuelta de apenas un suspiro del tiempo, afilando la sonrisa con el gesto
congelado en el filo de las espadas.