MAPA DE 1704 (FONDO BIBLIOTECA NACIONAL |
Desde los últimos tiempos del siglo XV, desde 1493, la dignidad de Gran Maestre de la Orden de Santiago recae
en la Corona Española, luego de una gran maniobra diplomática del maquiavélico Fernando el
Católico. Con la excusa de requerir de la Santa Sede su mediación para poner
fin a las divisiones y disputas en el seno de la Orden, y argumentando los enormes
gastos de la Corona en la guerra de Granada, Fernando pidió para sí al Papa, la
administración de la Orden como recompensa a los grandes sacrificios hechos en
defensa de la fe católica. Alejandro VI, por breve de aquel año, otorgó la administración y suprema
dignidad de la Orden de Santiago a los Reyes Católicos. Cuando
Carlos I les sucede como rey, también lo hace en el maestrazgo de la Orden.
Se dice, se cuenta, figura escrito, que Puebla
de la Calzada en “1581 fue adquirida por doña María
Enríquez, condesa de Montijo”. Lo que solo se aproxima al tempo con que las brumas del ayer enmarañan
la verdad, casi con intención.
Desde
agosto de 1578, Felipe II aspira al trono de Portugal como nieto de Manuel I el
Afortunado y sobrino del rey Enrique el Cardenal, lo que a la muerte de este va
a generar una serie de enfrentamientos para los que se necesitarán recursos que
las maltrechas arcas de la corona no tienen. Siendo administrador de la Orden
de Santiago, Felipe II tiene fácil la generación de recursos con la venta de
posesiones, entre las que cuenta con Puebla de la Calzada, como en 1550 había
hecho su padre Carlos I, al vender la villa de Montijo a Pedro Portocarrero,
Marqués de Villanueva del Fresno, que funda el Señorío del Montijo, instituyendo como I Señor, a su hermano Cristóbal Osorio Portocarrero,
muerto en febrero de 1571.
Existe documento que nos
confirma la “Real Carta de Venta y desmembración de la Orden y Mesa Maestral de
Santiago de la Villa de la Puebla de la Calzada…su tenor sustancial es como
sigue”:
"Que el Rey Nuestro Señor Don Felipe Segundo se dignó mandar expedir Real
Provisión a ocho de mayo de mil quinientos y ochenta, cometida al Doctor
Burgos de Paz, Corregidor del lugar de la Puebla de la Calzada, que de aquí
adelante ha de ser y nombrarse villa, después que la desmembró de la Orden de
Santiago y de la Encomienda de Mérida e incorporó a la Corona Real a virtud de
los breves concedidos por Sumos Pontífices; y que para ayuda de los
grandes gastos para cosas importantes y cumplideras al servicio de Dios, había
vendido a Doña María Enríquez, Marquesa de Villanueva del Fresno la villa de la Puebla de la Calzada con la dicha
jurisdicción civil y criminal...”
María Enríquez, Marquesa de Villanueva y
no, Condesa de Montijo, fue esposa en segundas nupcias de Pedro Portocarrero,
hermana política de Cristóbal Osorio Portocarrero y por tanto, tía de Juan
Manuel Portocarrero, II Señor del Montijo en 1571 y I Conde del Montijo desde 13 diciembre 1599, cuando por Real Decreto de Felipe III, el
Señorío es elevado al rango de Condado, diecinueve años después de la Real
Carta de Venta.
Y se dice, se cuenta, figura
escrito y admitido, que “por tal causa, durante mucho tiempo ostentó el nombre de
Puebla del Montijo”
De justicia es reconocer la existencia de
documentos que registran ese nombre, como el mapa del francés I.B. Nolin, “Le Royaume de Portugal avec le
Royaume des Algraves, Lestramadoura Espagnol et partie d´Ándalousie, Dedié
a Sá Majesté tres Chrêtiene Louis le
Grand”[sic] del año 1704, en el que aparece señalada como
“Puebla de
Montiso”, o
aquel otro de 1705, del
también francés N. de Fer, “La Glorieuse Campagne de Philippe V, aux environs du Tage, dans les
Provinces de Beira, Estramadura et Alentejo”, en el que aparece como Puebla de Montijo. O como el recibí de “seis raciones
de pan” que un siglo más tarde,
el 8 de septiembre
de 1809, firma Francisco Sánchez, de la 3ª Compañía del Regimiento de
Dragones de Cáceres, como Puebla del Montijo y también Diego Pérez de la 1ª Compañía del Regimiento de
Caballería Voluntarios de Sevilla, en similar ocasión de aprovisionamiento, Puebla del Montijo 9 de septiembre de 1809”.
La escasez de documentación con
este nombre, forja un débil argumento para tamaña afirmación, especialmente
porque, en contrapartida, son innumerables los documentos, desde 1494 fecha más antigua que se
conserva, como de fechas anteriores a su integración en el Condado y rayanas
y posteriores a la integración en el Condado, que recogen Puebla de la Calzada como
nombre de la villa. Como, a título de ejemplo, el expediente de licencia para
viajar a México que en 1575
inicia “el licenciado
Alonso García, cura de Puebla de la Calzada” a favor de Mateo Sánchez Broncano y Sancho García
“vecinos del
dicho lugar”; o el
de 1604, para pasar a Nueva
España a favor de Inés de Porras, “natural de la Puebla de la Calzada”, y el de 25 julio 1627 que
recoge: “sepan cuantos esta carta de censo vieren, como nos, Domingo Cordero y
María Sánchez, su mujer, vecinos desta villa dela Puebla de la Calzada…”[sic] O el que un siglo más tarde, firma Juan
González, de “la partida de guerrilla al mando de Don Toribio Bustamante” quien firma el suministro de “cuarenta raciones de pan para los
individuos de dicha partida” como “Puebla de la Calzada y Julio 30 de 1809”.
Por encima de cómo fuera conocido
o llamado de forma ocasional y por razones que el pasado guarda definitivamente
para sí, la abundante documentación que se conserva de los siglos XVII, XVIII y XIX, reflejada
en Libros de
Visitas, Alcabalas, Censos de Vecinos, Censos Económicos, Acuerdos, Censo de
Pueblos, Libros de Beredas, Ermitas, Cofradías, Mayordomos, Juramentos, Dotes,
Hijuelas, Normas de Buen Gobierno, Catastros o Guerra de la Independencia – suministros, instrucciones, requisas, alojamientos,
órdenes, disposición de ejércitos, posición del armamento francés – en los que permanente
y repetidamente repetido desde que existe documentación hasta nuestros días, aparece
“Puebla de la
Calzada”. Además
de las actas de sesiones de Ayuntamiento desde 1702, en las que en todas y cada una de ellas figura “En la villa de Puebla de la
Calzada…”, sea
cual sea el asunto a tratar, desde Capitulares, a nombramiento de Cirujano, Repartimiento,
Pósito, Junta de Propios o Subastas. O, los Libros de Cuentas del Santo Hospital de Pobres, en los que desde 1640, primera fecha que se conserva, solo aparece “Puebla de la Calzada”. Y en actas y protocolos del Conde que
recogen: “Por cuanto mi villa de Puebla de la Calzada…”
Pero si de justicia es
reconocer que existe documentación, escasa, en la que se menciona Puebla del
Montijo, con mayor rigor corresponde decir que ese apelativo, más allá de su uso
y las motivaciones, no es consecuencia de maniobra alguna, ni de cesión de
privilegios ni de concesión de rango, ni de señoríos o realengos. Era nombre ya
usado como lo demuestra el asiento del Libro de la Casa de Contratación de las
Indias, de 13 abril 1535, a favor de Domingo Pérez, “hijo de Hernán Núñez y Catalina Bras, natural de la Puebla de Almontijo”
En aquel año, ni Montijo era Señorío ni Puebla
de la Calzada había sido vendida ni integrada en señorío, marquesado o condado
alguno.
Y aún menos lo eran, en la fecha
de otro documento que, a mayor justicia, parece impugnar la hipótesis del nombre,
su razón y sus explicaciones. El documento, de 12 de Marzo de 1501, concede al bachiller Antonio Sánchez “alargamiento de tiempo” en una comisión para ir a Badajoz, “la Puebla del Montijo” y Lobón, para tratar del impuesto de barcaje y
las personas a quienes correspondía cobrarlo.
Lo que nos muestra, que el nombre era usado antes
de señoríos y condados, pero manteniendo como nombre propio el de Puebla de la
Calzada, que aparece en más y más cercanos documentos, más antiguos y de iguales
fechas, lo que vigoriza la idea de su eventualidad o su causalidad. Lo que viene
a refutar la aseveración del nombre por título, la teoría del “mucho” tiempo en
que lo ostentó y, naturalmente, que lo fuera como resultado de haber sido integrada
en el Condado de Montijo. Aunque de cuando en cuando fuera conocida así, de
forma ocasional y tal vez como ubicación o como referencia.
Acaso la fabulación sea consecuencia lógica
del desconocimiento que sobre nuestros orígenes vierte el discurrir de los
tiempos, pero no concede licencia para disfrazar lo que la fuerza de los
documentos atestigua revestido de historia, aunque el albur de las circunstancias
la disimule de posibilidad.
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